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el ladron de rosas

amarillas

Apresuraba sus pasos, esquivaba peligrosamente obstáculos humanos situados en las aceras, señoras con carritos, carritos con niños i niños sin señoras. La prisa provenía de la necesidad de contacto con su voz, imaginaba que si no llegaba a tiempo ella desaparecería sin dejar rastro ello le entristecía.
Al doblar la esquina permaneció unos segundos quieto, asombrado por lo que veía su respiración agitada resonaba con fuerza en el eco de la calle, miles de flores caían sobre el asfalto i sobre todo lo que allí se encontraba, un manto amarillo pintaba toda la travesía, “mimosas creo que les llaman “ pensó. Lentamente intentando no borrar la imagen atravesó la calle, por encima de las flores comprobando a cada paso que el cuadro restaba en las mismas condiciones.
Un automóvil rugió al ponerse en marcha, cuadrado de chapa con ruedas i no se cuantos caballos de vapor destrozaba la nevada amarilla al arrancar a toda velocidad, las flores con inteligencia gravitatoria salieron despedidas hacia el cielo para volver a rellenar los huecos que ocupaban, el llego tarde, no escucho su voz.

1 comentario

Marta -

Y aqui un clarísimo ejemplo de como la naturaleza juega con la ternura de unos sentimientos. Aunque el final, no por esperado, fuera deseado.